A pesar de la aniquilación de dos importantes ciudades japonesas en 1945, las bombas atómicas no han quedado relegadas a las páginas de los libros de historia, sino que continúan desarrollándose en la actualidad, con un poder de destrucción cada vez mayor que el que tenían cuando se desataron sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945.
Esas primeras armas nucleares desplegadas por los Estados Unidos mataron indiscriminadamente a decenas de miles de no combatientes, pero también dejaron cicatrices imborrables para los sobrevivientes inmediatos, que ellos, sus hijos y nietos todavía llevan hoy. (Horrors of Hiroshima, un.org)
La Comunidad de Sant'Egidio con la ayuda de feligreses, voluntarios y organizaciones colaboradoras en Nueva York invita a todos a una Vigilia por la Paz del 6 al 9 de agosto. Puede leer los detalles aquí.
En solidaridad con la Iglesia en Japón, oremos con las palabras que compartió el Papa San Juan Pablo II en el Memorial de la Paz en Hiroshima el 25 de febrero de 1981: