El año pasado, Madeleine Sophie nos dio un regalo. Pocos días después de celebrar el 25 de mayo, la Hna. directora del colegio Chalet me llamó para conocer a una familia. Los vi cruzar el patio acompañados de otra hermana, su permanencia será por poco tiempo, unos meses nada más… Sus nombres y su idioma nos remontaban a lugares exóticos, de leyenda. Pero nada más real y presente que su propia historia y lo que les había tocado vivir. Las preguntas, los porqués no tenían lugar, sólo quedaba eso: recibirlos, abrirles las puertas del colegio y del corazón.
Sus rostros reflejaban muchas cosas a la vez: alegría e incertidumbre, inquietud y tranquilidad; desazón y esperanza.
La curiosidad y sorpresa era inevitable cada vez que los veía, preguntarles o decirles algo era imposible, solo con la mirada y la sonrisa nos comunicábamos (así habría pasado con Filipina en la misión).
Una RSCJ, a manera de invitación dijo, necesitan aprender nuestro idioma y no hay quién les enseñe. Es cierto, ante su invitación, el Señor lo único que nos pide es el “Hágase”, lo demás vendrá por añadidura.
Se determinó un lugar, cerca de la capilla, así como el horario para las clases. Y vaya que me enseñaron mucho, aprendí a ser como una hermana mayor y tía a la vez. Al compartir sus recuerdos, estuve presente en sus fiestas familiares, probé sus comidas, conocí su ciudad, su historia de amor, admiré su cultura; jugamos, reímos y cantamos juntos, escuché cuáles fueron sus sueños e ideales. Los pude acompañar en los momentos de tristeza cuando recordaban a quienes se quedaron en casa; y también, cuando la angustia y ansiedad los sofocaba. Me enseñaron a valorar la libertad.
Llegaron cuando mi corazón atravesaba una fuerte sequía, ellos hicieron brotar algo nuevo: compartir el idioma del amor con las personas en movimiento. No creo que permanezcan por poco tiempo como dijo la hermana, se quedarán por siempre en nuestras vidas, aun cuando les toque alcanzar nuevas fronteras.
Carmela Velarde
Profesora, Colegio Chalet-Perú